Marruecos Y Mauritania OBJETIVO: GOLFO DE GUINEA Diez de Octubre de dos mil nueve. Atrás quedan los centenares de correos que nos hemos intercambiado durante meses, continuas modificaciones y ajustes de itinerario, los viajes y llamadas a embajadas y consulados, el diseño de ropa y pegatinas, los bricos en el garaje, las reparaciones de última hora (si algo tiene que romperse lo hará cuando más falta hace)... Comienza la aventura que nos llevará a la inmensidad del desierto, a la sabana, al sahel, al paisaje selvático, a la jungla, tribus primitivas, el gran Niger, el Atlántico. Siete Toyotas, doce amigos, preparados para vivir una experiencia que nunca olvidaremos... En realidad, los más afortunados ya están en Marruecos. Angeles y Clivi, en su KXR, Luis y su HDJ 100 junto a Joan y su KDJ 125 (nuestros “Rodriguez” particulares) y Fernando y Gloria a bordo del segundo de los KDJ 125. Afortunados ellos, pudieron salir antes, y así disfrutar con más tranquilidad la bajada, hasta que José Mari y Rosa, en el HDJ80 y José y Raquel en el KDJ 95, les demos alcance. Faltan los más osados, Antonio y Pepa y el KZJ 78, que viajan en solitario hasta Tidijka (Mauritania). Son las cuatro de la mañana en Zaragoza, y Jose Mari y Rosa todavía no tienen cargado el coche. Los preparativos de última hora, pruebas finales del instrumental instalado, y las reubicaciones de la carga, les han llevado al instante crítico de la salida sin haber colocado la ropa ni el avituallamiento. Nos reunimos a las seis en la gasolinera de Epila de la autovía a Madrid, con un objetivo, cruzar el estrecho en el barco Algeciras-Ceuta de las cinco de la tarde. Eso significó no parar hasta el destino. Rosa se da cuenta que ha olvidado una medicación, así que tras desembarcar hacemos una ruta turística por Ceuta, la “Ruta de las Farmacias”, ya que o bien estaban cerradas o no tenían lo que necesitábamos. A lo que había que sumar que nadie conocía las calles por sus nombres. Tras un rápido paso de frontera, y ya en Marruecos, al haber ganado una hora y aprovechando la última claridad del atardecer, decidimos avanzar al sur, hacia Asilah. La costa marroquí atrae de una forma especial. Una vez que la conoces necesitas volver a disfrutarla. Kilómetros interminables de arena y mar, enormes y escarpados acantilados, poblaciones fortificadas reflejo de un pasado portugués, romano, español, cabañas de pescadores, la acogedora Essaouira, la cosmopolita Agadir, Sidi Ifni, Boujdour, Dahkla. Asilah es uno de estos pueblitos amurallados, ciudad disputada por mauros, colonia romana, conquistada por árabes, normandos, portuguesa y española. Tras pasar la noche en el camping As-Saada (sin pena ni gloria, los hay mejores, los hay peores), con la luz del amanecer ponemos rumbo al sur. Paramos a repostar, y vemos que están abriendo la carnicería de la gasolinera, y como está colocado, dentro de la persiana y apoyado en el mostrador, un cordero entero, abierto en canal y ya desollado. Bromeamos sobre la conservación de la cadena de frío y el tendero nos llama. Nos acercamos, y nos demuestra que cual Sansón, puede levantar el cordero con una sola mano. O eso, o que era de cartón-piedra. Seguro que todavía se está riendo de estos turistas occidentales. Primeros imprevistos. El HDJ 80 se queda sin aire acondicionado. No encontramos la fuga, ni la avería. Todavía no es preocupante. No hace calor, así que decidimos llevarlo a un taller conocido cuando lleguemos al Aaiun. Hoy, nuestro objeto es desviarnos unos pocos kilómetros de la carretera principal y pasar la noche en Sidi Ifni. Así lo hacemos. Ya al anochecer llegamos al camping “El Barco” (Muy básico pero mejor que el anterior, y pegado al mar). Nos instalamos y salimos a conocer el legendario “La Suerte Loca”. Es exactamente eso, legendario. La sombra de lo que un día fue y que nunca más volverá a ser. A pesar de haber bastante turismo en la ciudad, el restaurante sólo lo ocupaban unos pocos aldeanos jugando al billar americano. Manteles raídos cubrían las mesas, al igual que las capas de polvo sobre los muebles. No era necesario que el camarero nos trajera la carta, porque no había carta que leer. Nos ofreció dorada, ensalada y cuscus. Y nos sacó a cada uno un pez distinto, excesivamente pasado por la sartén, con minutos de espera al estilo africano, eso sí a precio europeo. Por la mañana, tras disfrutar unos minutos del amanecer en la playa, y una rapidísima vista de la ciudad, continuamos nuestro viaje. Seguro que alguna vez, durante un viaje, o una excursión, alguien os ha dicho “conozco un atajo” e inmediatamente os habéis puesto a temblar. Pues eso. Alguien dijo “llevo la ruta de un atajo” y recorrimos sesenta kilómetros en dos horas. En esta ocasión el problema era que debíamos encontrarnos con el resto del grupo, porque la ruta imprevista nos llevó a zona espectacular, un paisaje precioso, montañoso, desértico con monte bajo, con inmensos campos de chumberas y pequeñas casas que aparecían de repente de la nada, al igual que sus lugareños, que nos miraban curiosos y extrañados. Pasado el mediodía llegamos al Aaiun. En el taller no encuentran tampoco avería ni fuga alguna en el aire acondicionado del HDJ 80, así que le meten una carga. Parece que funciona, pero la alegría solo durará tres días, y Jose Mari y Rosa tendrán que hacer todo el viaje a cuarenta y cinco grados durante el día, cada día, con las ventanillas abiertas a lo largo de miles de kilómetros de caminos de arenilla arcillosa, dunas, polvo, polvo, polvo, y calor....mucho calor. Manteníamos contacto telefónico con la avanzadilla de grupo, y decidieron esperarnos en Boujdor, en el camping “Sahara Line”. Bonito sitio, limpio y cuidado, lugar perfecto para la acogedora bienvenida con la que nos recibieron. Tras hacer las presentaciones y mientras nos poníamos al día sobre nuestras primeras aventuras, el “chef” Luis cocinaba unos riquísimos pescados que habían comprado por la mañana en el puerto. Acompañados, como no, de buen vino. Hoy, nuestro destino es pasar la frontera. Arrancamos ya como cada día, al amanecer, y continuamos viaje. El Toyota más veterano, el HDJ80, marca el ritmo de la marcha, ya que la velocidad a la que responde con soltura son cien kilómetros por hora. La carretera de la costa, desde Tan-Tan hasta Mauritania es prácticamente recta, solitaria y monótona, y una vez que se separa unos metros de los impresionantes acantilados se hace aburrida. Es por lo que el grupo de avanzadilla, decide continuar a mayor ritmo, acordando reunirnos en la frontera. Es difícil olvidar la frontera mauritana. Es imposible pasar Bir Gandouz en menos de tres horas. En esta ocasión serán cuatro. Durante los trámites marroquíes, nos encontramos con dos españoles que bajaban a vender el coche a Mauritania. Era la primera vez que visitaban el país, y al vernos, se les abrió el cielo, ya que comenzaban a agobiarse por el papeleo, y se unieron a nosotros. Pasada tierra de nadie, y ya en territorio mauritano, nos encontramos con nuestro amigo “Baba”, guía, cambiador de moneda, hacedor de seguros, a quien ya conocíamos de otra ocasión y que nos ayudó con la misma eficiencia. Allí nos reunimos también con el grupo de cabeza, en los trámites de aduana, con Luis y Joan ejerciendo ya de intérpretes oficiales. Esperamos que el grupo de cabeza cambiara moneda e hicieran sus seguros, y salimos, ya con la última luz del día a buscar un lugar donde pasar la noche. Con tan poco tiempo para buscar sitio, nos dirigimos hacia las vías del tren, lugar donde debíamos desviarnos al día siguiente, rumbo al Este, hacia Choum, y apartados unos metros de la carretera de la esperanza pasamos la noche. Catorce de octubre de dos mil nueve. Cuarto día de viaje y primero en el desierto. Bautizo en conducción en arena de Fernando. Nos ponemos en marcha en busca de un desvío desde la carretera a Nouatchok hacia el Este, lo suficiente separado de las vías del tren de mineral que lleva de Nouadhibou a Zouerat, para evitar todos los restos de ferrallas, basuras, clavos, tornillos y demás cacharrería que va quedando alrededor. Esta será la primera ocasión de las muchas que tendrá el viaje, en la que las rutas y tracks trabajados, estudiados y cargados por Jose Mari en las PDA, GPS y portátiles resulten providenciales, ya que aunque la ruta no ofrecía en apariencia especial dificultad, navegar a rumbo sin más, podía suponer peligros como acercarte demasiado a las vías y romper ruedas, acabar en medio de interminables zonas arenosas con la terrible hierba de camello, o entrar sin darte cuenta en un lago seco y quedarte atrancado, como demostrarían Clivi y Fernando. Pues eso. Clivi fue apartándose cada vez más hacia el sur, llevando a Fernando pegado a sus rodadas ya que andaba luchando contra la arena en su primera experiencia, y en un momento desaparecieron. Gracias a la potente emisora de Joan, pudo escuchar como pedían ayuda, ya que estaban atascados sin poder salir, de lo que veríamos era un lago seco, a dieciocho kilómetros el sur oeste de donde nos encontrábamos el resto del grupo. Llegados al sitio y por entrar cual “rescatadores, ¡al rescate!”, nos atascamos todos menos el prudente Joan y cuando conseguimos salir paleando y a base de planchas de arena y winch, Luis descubre que ha pinchado una rueda, complicándose el cambio ya que la arena era tan blanda y poco estable que complicaba la forma de sujetar el coche para sacarla, ya fuera con “Hi-Lift” o con “Air Jack”. Tras el rescate, continuamos camino pasando nuestra primera noche en el desierto. Aprovechando una magnífica luna, y el cielo estrellado, los últimos que quedaban despiertos, Fernando, Clivi y Luis, oyen que el tren se acerca y deciden acercarse a las vías para verlo. Casi una hora después, Gloria se despierta y descubre que Fernando no está en la tienda. Se asoma, y tampoco lo ve fuera. Así que linterna en mano baja a buscarlo, haciendo señales luminosas. Tardó unos minutos en encontrarlos, ya que habían decidido caminar en dirección contraria (y luego dicen de la orientación de las mujeres), y cuando vieron las señales de la linterna, a Fernando se le ocurrió pensar “qué curioso, si parpadea igual que la mía”, pero no que se estaban alejando del campamento. Desde entonces Gloria sería conocida como la princesa Jasmine, luz en el desierto. Toca visita al monolito de Ben Amira situado al oeste de Choum, el segundo monolito más grande del mundo. Se une al grupo un mauro que se dirige a Atar y se ofrece a acompañarnos. Conduce por las dunas en su Pick-up como si fuera una carretera perfectamente asfaltada. En Atar, nos lleva a un camping, donde trabaja como guía, y nos quedamos a comer. Con las gallinas picoteando alrededor, nos ofrecen un pollo con mahonesa que estaba bastante bueno para nuestra sorpresa (Aunque Rosa no opinara lo mismo). Menos suerte tuvo Luis, que no les quedaba pollo y se ofreció a comer el pescado con arroz (a cientos de kilometros de mar o rio alguno). Ese día las gallinas de aquel sitio, comieron como nunca. Después de comer buscamos la asociación y centro médico llevado por unas monjas en esa ciudad. La gente nos lleva hasta la casa de una cooperante, una mujer muy peculiar, española, enfermera prejubilada que vino a pasar unas vacaciones, a ver que era aquello, y se quedó allí. Jose Marí y Rosa se habían dejado en Zaragoza las cartillas de vacunación internacional y la mujer les indica la casa de unos compañeros que tenían internet e impresora, desde donde poder acceder a su correo, ya que les habían escaneado las cartillas, para imprimirlas después. Finalizada la gestión, nos dice donde encontrar el lugar que buscamos, pero volvemos a perdernos. Vemos a un niño muy aseadito, con sus cuadernos en las manos, y sospechamos que él sí conoce el camino. Y así era. Y Joan le hace el mejor regalo del mundo. Lo subió en su regazo, y el nene “condujo” el coche hasta las monjas. No se lo podía creer, y cuando bajó se marchó corriendo en busca de sus amigos, a los que trajo para que Joan corroborase su historia, que no se la creían. Nos recibió una religiosa, a la que entregamos parte del material escolar, ropa y otra ayuda que llevábamos. Al anochecer, llegamos a Chinguetti, séptima ciudad santa del Islam, patrimonio de la Humanidad. Yo había estado en compañía de los médicos del hospital de la fraternidad en el aubergue “Le Maure Bleu”, excelente lugar, sorprendente en esas latitudes, así que hacia allí dirigí al grupo. Nos alojamos, y esta vez tampoco decepcionó. Tras un opíparo desayuno, al igual que la cena la noche anterior, decidimos visitar alguna de las bibliotecas del casco antiguo y los manuscritos que conservan. No fue tarea fácil ya que desde que llegamos decenas de mujeres nos esperaban a la puerta del aubergue con las manualidades, bisutería y figuras que hacen en la cooperativa. A pesar que alguno “picamos”, arrastrábamos con nosotros cada vez más gente. Conseguimos entrar en una de las bibliotecas y el guía nos enseñó algunos de sus secretos, manuscritos, historia e incluso recitó para nosotros poemas en árabe y francés. Después salimos camino Tidijka. A la salida de Chinguetti nos adentramos en un oued que cada vez se hacía más complicado. Decidimos seguir la ruta por encima, por las dunas, y Fernando se queda atascado. Al parar y tratar de volver, José Mari, Clivi y el que suscribe se atascan también. Es mediodía, el sol calienta y la arena está extremadamente blanda. Las dificultades en arena dan paso ahora a ruta arenosa con afiladas piedras, y pequeños desniveles que permanecen ocultos por lo que debes prestar toda tu atención al volante. Una de las ventajas de viajar en ese desierto, es que al atardecer, no tuvimos que buscar lugar donde parar a dormir. Amanece y una vez hemos desayunado y recogidos los bártulos para emprender viaje, Clivi se da cuenta que el amortiguador delantero izquierdo está roto. Ya notaba algo al conducir, y menos mal que lo vio. Al parecer en el taller no le habían colocado la arandela de arriba, y se había salido de su sitio, doblándose el vástago. En el desierto mauritano puedes pasar días y días sin ver a nadie, y de repente, como si hubieran crecido de la arena, aparecen nómadas, una choza de paja o de madera, o un camellero. Mientras cambiábamos el amortiguador, se unió al grupo una familia nómada, que estuvieron viendo curiosos el espectáculo, nos ofrecieron subir en sus camellos, y las niñas descubrieron que no les gustaba la coca-cola. Hoy llegaremos, ya al atardecer, al Guelta de Taoujafet, a veinte kilómetros de Rachid, tras atravesar inmensos mares de dunas de arena pálida y blanca, con imponentes cortados que acaban muchos de ellos en tierra dura, paisaje de dunas intercalado con montes de tierra y piedras negras y vegetación arbustiva entre las acacias. Después del mediodía, y tras atravesar una imponente pendiente, la inmensa meseta a la que da paso inspira las musas de Joan y a la vez que conduce y pisa la portadora de la emisora nos dedica unas melodías con su armónica. Una vez en el guelta, disfrutamos del palmeral, del paisaje encajonado en paredes de piedra y arena, y cuando oscurece subimos a dormir por la parte de fuera, ya que amenaza lluvia. Y llovió en el desierto. Por la mañana se acerca un camellero en compañía de una niña. La noche anterior habíamos visto a lo lejos luces de linterna, pero no llegó a acercarse. Nos pide unos pendientes para la niña, pero ninguna de las mujeres del grupo llevan. Tendrán que conformarse con otra linterna y algo de ropa y comida. Nos dirigimos a Rachid, en busca del médico del pueblo. Llevábamos algo de material escolar, ropa de niño y algún medicamento. Ya habíamos dejado parte de la carga en la asociación religiosa de Atar. Nos habían informado que en Rachid estaban mucho más necesitados. Así era. Situado en el corazón del mayor palmeral de toda Mauritania, con empinadas calles y construcciones de adobe y de piedra, tenía un colegio que aparentaba ser nuevo, grandes depósitos de agua, pequeñas tiendas, pero también grandes necesidades. Saludamos al doctor y dejamos lo que nos quedaba en su hospital. Llegamos a Tidijka y nos alojamos en el camping “Caravanne du Desert”, lugar donde nos esperaban Antonio y Pepa. La comida, impresionante. Supongo que Luis no sabía que hacer con el espacio disponible en su maletero, y decidió hacer patria, así que trajo ¡chuletones!. Después de comer visitamos el mercado, donde compramos cebollas, huevos y pan que acompañarán a las patatas que había llevado de mi huerta para cenar unas tortillas. A la mañana siguiente nos ponemos en marcha a la vez que hacen el cambio de turno los militares de los controles. Error. Nos paraban para ver si podíamos llevarlos hasta las ciudades próximas, y no se creían que fuéramos a recorrer el desierto. Llegó a subir uno en el coche de Luis, hasta que creyó que por la ruta que íbamos a hacer tardaríamos dos días en llegar a Kiffa La cara de decepción que puso,a alguno nos hizo pensar en tirar por carretera, pero habíamos venido a eso, a disfrutar del desierto... Cada vez hay más embalses, pasto, rebaños de cabras, cebúes, burros, aves... Pasamos por una llamativa zona arenosa, con varias presas de agua. Paramos en el Guelta “Raijat” en busca de cocodrilos, acompañados de una legión de niños que salían del colegio. La parsimonia con la que estaban tumbadas las ovejas a la orilla del embalse, nos dio una idea de los pocos cocodrilos que quedaban en el lugar. La mayor parte de la ruta transcurre por oueds. A veces la arena está demasiado suelta y hay que buscar itinerarios alternativos. En una de esas, yo me desvío, y acabo en un camino que te sacaba del bosque de acacias y plantas del desierto, hacia un llano de campos de cultivo, con gente plantando con aperos de la Edad Media, y al lado, un enorme embalse abarrotado de grullas. |
Burkina y Mali |
El camino, se juntaba más adelante con el que llevaba el resto del grupo. Nos unimos y continuamos hacia el paso de Nega. Luis tiene problemas para subir una pendiente de arena bastante larga y pronunciada, pero tras varias intentonas llega al final sin ayuda. Impresionantes vistas nos esperaban en lo alto. Tras las oportunas fotos, salimos del paso para establecer el campamento nocturno en una imponente llanura. Ya anocheciendo y mientras picoteábamos algo de embutido, frutos secos, vinagretas y otras “delicatessen”, la armónica de Joan rompía el silencio del desierto, haciéndose eco de las peticiones populares. Veinte de Octubre. Nos levantamos acompañados de una manada de cebúes, que Luis no duda en ir a torear. Continuamos la marcha. El paisaje cada vez cambia más a sabana. Llevaba unos días con problemas en la nevera, ya que por la noche marcaba una temperatura bastante alta. Hoy, a eso se unen otros problemas. Se desconecta la emisora, deja de marcar el cuentakilómetros, y yendo en marcha, de repente, el coche se para. Vemos los primeros Baobabs. Clivi propone un juego, chupa-chups al primero que vea un estanque de nenúfares, y otro para el primer hormiguero. Llegados a Kiffa, repostamos en una gasolinera y tratamos de encontrar la avería del coche. Descubrimos que se había soltado el cable de masa de la batería principal, y al andar haciendo falsos contactos me traía loco. Lo arreglamos, y continuamos hacia Ayoun el Atrous camino a la frontera con Mali. Nos lleva poco tiempo, pero ya anochece. Queda terminar el trámite de aduana, cuyo edificio se encuentra a las afueras de Nioro, y nos encontramos con que está cerrada. Vamos a la ciudad en busca de un alojamiento donde pasar la noche, ya que es un sitio muy poblado. No tenemos suerte, nada de campings y los hoteles eran lo peor de lo peor. Se acerca un hombre en moto, y nos dice que tenemos que volver a la aduana, que no podemos entrar. No nos fiamos de él, porque aquí no llevan ni uniformes, ni acreditaciones ni nada parecido, pero le seguimos hasta el edificio de aduana. Allí, policías uniformados nos dicen lo mismo, y les pedimos que nos dejen dormir en la explanada vallada de la aduana, y allí pasamos la noche. Conforme pasaban las horas, se iban uniendo otros coches que debían hacer los trámites por la mañana. Mientras recogemos las tiendas de campaña y desayunamos, terminamos el papeleo con la aduana. La carretera a Bamako es excepcionalmente buena y recta. Comienza a llover nada más comer y ya no parará hasta que anochezca. Cuanto más bajamos al sur, la vegetación es más espesa, de un verde intenso, plantas de enormes hojas, árboles cada vez más altos, lianas, pájaros de colores... Bamako es una locura, la aglomeración, gente, carros, burros y las tres cosas juntas, motos, muchas motos, coches... Aunque, en realidad, no más que cualquier ciudad al estilo africano. Preguntamos a un hombre por el Hotel Tamane y se ofrece a guiarnos. No tiene ni idea de donde está pero va preguntando. Esto nos ocurrirá varias veces a lo largo del viaje, improvisados guías asegurarán conocer el último rincón del país, y luego se buscarán la vida para cumplir lo dicho. El hotel es aceptablemente limpio, algo venido a menos, aunque el hecho de llevar varias horas lloviendo, con cortes de luz debido al clima y estar situado en una calle sin asfaltar, con grandes charcos, no le favorecía mucho. Tenía una bonita piscina, acogedora recepción y lo mas importante, buena cerveza. Para cenar, nos dirigimos al restaurante San Toro donde disfrutamos de buena cena con música en vivo, además de su interesante galería de Arte. Amanece un nuevo día, y hoy, por un lado, se marcha Jose Mari en compañía de nuestro guía particular a buscar la Toyota, a ver si pueden arreglarle el aire acondicionado. El resto, nos vamos a la embajada de Ghana a tramitar el visado. Nos reunimos en la embajada, y Jose Mari nos cuenta que no es posible la reparación, ya que tienen que pedir una pieza y tardan dos días (dos días europeos de taller son cuatro, así que en Africa...). Mientras tramitan el visado hacemos compras en el supermercado, y una vez solucionado el trámite, hacemos un pequeño recorrido en coche por la ciudad y salimos camino a la frontera con Burkina. Acampamos a doscientos kilómetros de la capital maliense, y a Pepa se le ocurre celebrarlo con unas palomitas. Dicho y hecho, sarten en mano y con el hornillo a todo gas, nos preparó un buen cuenco de palomitas de maiz. Aprovechamos la excepcionalmente bien asfaltada carretera de Bamako a Heremakono, con la única dificultad (que te obligaba a ir siempre alerta) que a cada momento salían animales a la calzada, atravesabas pueblos, o aparecía alguien en bici, en carro, andando o todo a la vez. A trece kilómetros de Sikasso, nos desviamos a ver Les Chutes de Farako, unos bonitos saltos de agua, con grandes pozas, y aprovechamos el lugar para hacer foto de grupo. Llegamos a Heremakono, hacemos los trámites de frontera, y nos dirigimos al puesto fronterizo de Burkina Faso, Koloko. La primera vez que pasas, llama la atención que de la frontera de un país a la del otro hay unas decenas de kilómetros, y al ver que cada vez te adentras más en el país (por supuesto nada de carteles) comienzas a pensar que te habrás perdido, o te lo has pasado de largo. No se si porque llevábamos el visado “entente”, o porque las fronteras son así, los pasos de Burkina, Mali y Benin fueron muy buenos. Una vez en Burkina Faso, Pepa y Antonio dirigen la expedición. Ellos eran quienes tenían que estudiarse ese país, y organizar las visitas teniendo en cuenta el tiempo del que disponíamos. Paramos a comer, en una explanada entre la vegetación al lado de la carretera, y se nos acercan unos niños. Les damos algo de comida, y llaman a otros con los que estaban por el bosque. Uno de los nuevos llevaba un hacha, absolutamente artesanal, que ya habíamos visto a otra gente. Luis acuerda un precio, y los niños se marchan entusiasmados. Al ser niños, Luis comenzó a darle vueltas a la posibilidad de que no hubiera sido un buen negocio para ellos, hasta que por la tarde, nos cruzamos en una pista con un hombre hacha al hombro, y a mi también se me antoja una. Le ofrezco el mismo precio que por la mañana a los niños, y nos mira atónito, diciendo que era mucho dinero por eso. Le explicamos que es un buen acuerdo para nosotros, y así Luis despejó sus dudas y yo tuve mi auténtico souvenir burkinabe. Nos dirigimos a ver el Lago Tangrela lugar donde según dicen hay hipopótamos. Tras pagar la entrada (En Burkina, para ver cualquier espacio natural colocan una cadena y un caseto de tickets de entrada, que es una idea excepcional como fuente de ingresos del país y para generar empleo, si no estuviera tan masificado). Los chicos que se encargan del lugar (ninguno tenía más de veinte años), nos dicen que es un buen momento para el paseo en piragua, así que ya atardeciendo, montamos en busca de los hipopótamos. El paisaje es magnífico, un enorme lago lleno de nenúfares, montones de grullas y garzas posadas en los árboles de la orilla para pasar la noche, pero los hipopótamos se resistieron. Queríamos pasar la noche a la orilla, y quedamos con nuestros barqueros que por la mañana volveríamos a “navegar”, ya que nos explicaron que al amanecer también era un buen momento y además podrían llevarnos algo más lejos. Sin embargo, al llegar a la orilla se acercaron más chicos del pueblo, que nos dijeron que debíamos pagar por la acampada. Les explicamos que ya habíamos pagado la entrada, por el agua que nos habían traído del pueblo, y habíamos acordado precio para el paseo en piragua del día siguiente. Insistieron que debíamos pagar “por nuestra seguridad”. Sonando a amenaza, nos marchamos a pasar la noche en Banfora, en el Hotel “Canne á Sucre”, lugar con mucho encanto, decorado con mobiliario y complementos africanos, en cabañitas y habitaciones con excelente piscina y jardín. Las fotos de su web, www.hotelcanneasucre.com, son fiel reflejo de la realidad. Hoy toca visita a “Les Domes de Fabedougou”, lugar muy cercano al lago Tangrela. Se trata de una falla con formaciones rocosas erosionadas de una forma espectacular, con salientes afilados, que aparentan estar “posadas” sobre un manto de vegetación de infinitas tonalidades de verde. De allí nos dirigimos a las cascadas de Karfiguela. Nacen en las cumbres de las montañas que habíamos estado viendo, y desde donde teníamos que dejar los coches podíamos haber practicado senderismo, por una ruta de unas tres horas andando. No se porqué, a la mayoría no le pareció buena idea, algo tendría que ver las condiciones de calor y humedad supongo (total, treinta y muchos graditos de nada y ochenta por ciento de humedad), y elegimos la opción “motorizados”. El paseo a los pies de las cascadas, fue otra ruta de quitar el aliento, plataneras, arbustos, y un pasillo de enormes árboles (creo que eran Irokos) que apenas dejaban pasar la luz del sol, cuyas raíces sobresalían del suelo como si fueran, cada una de ellas, un nuevo árbol. De allí nos dirigimos a Obiré y el Santuario de Roi Gan. Cada vez es más habitual pasar por pequeñas poblaciones formadas por chozas de adobe y paja, y cuyo mercado se reducía a unos pocos palos clavados en el suelo, y otros en horizontal a modo de mesa, con techumbres también de paja. La “carretera” son anchos caminos de tierra extremadamente arcillosa. Pasado el mediodía el sol desaparece, el cielo se vuelve añil, y el contraste con el rojo de la tierra te deja sin aliento. Amenaza tormenta, de una forma que ya me gustaría ver por allí a un vikingo, y su temor porque le caiga el cielo en la cabeza. También descubrimos las barreras pluviales en las pitas, que son exactamente eso, barreras como las de los peajes, con alguien puesto a su lado, para subirlas cuando pasas, y entiendo que para avisarte que no puedes pasar cuando las lluvias las hacen impracticables. El único camino que lleva a Obiré, empeora a cada paso. A su mal estado se unía que había estado lloviendo varias horas. Fernando no se encuentra bien, y decide volver a Loropeni, el poblado más grande desde donde salía la pista a Obiré, y desde allí se marchan a Gaoua, a cuarenta kilómetros, ya que era el lugar más cercano donde encontrar un hotel. El resto del grupo llegamos a Obiré, donde nos recibe una chiquillería, que nos ofrece cacahuetes, alguno de ellos ya pelado (y chuperreteado). La guía del poblado nos lo enseña, y luego nos acompaña a ver el Santuario de los Roi Gan, unas construcciones funerarias rehabilitadas con la ayuda de la colaboración alemana en Burkina, en cuyo interior hay representaciones de barro de los monarcas muertos, adornados con caoríes (alguna de ellas ya era de cemento, que el barro había que cuidarlo más). La guía explicó que era nieta de uno de ellos. Volvemos. Era día de mercado en Loropeni, y las mujeres de todas las pequeñas poblaciones de alrededor se habían desplazado allí. Ya cerrado, éstas formaban inmensas filas a ambos lados de la pista, volviendo a sus casas cargadas con enormes cuencos metálicos y de mimbre sobre sus cabezas. Buscamos una explanada donde pasar la noche, y Luis decide continuar hasta Gaoua para unirse con Fernando y Gloria. Nos levantamos temprano para ir a Gaoua en busca de Fernando y Luis. Se habían alojado en el hotel “Hanna”, según dijeron, bastante aceptable. Además, desde allí habían podido hacer gestiones para localizar un guía que nos acompañara a ver los poblados Lobi. Mientras un grupo de chicos que vivían en la explanada enfrente del hotel nos lavaban los coches, hacemos una visita al mercado, acompañados de los niños más pequeños de la pandilla. El mercado rebosaba de gente, puestos de comida, ropa, herramientas y cachivaches varios, incluso un pequeño puesto de souvenirs al que Pepa no pudo resistirse. Impresionante el bullicio en un lugar tan pequeño. Con los coches ya limpios y una vez hemos recogido al guía, nos dirigimos a ver los poblados Lobi. Esta tribu la componen clanes familiares muy cerrados, que aunque está claro que reciben muchas influencias del exterior, (los niños estaban jugando al fútbol en una explanada), mantienen intactas costumbres, usos y tradiciones. Nos reciben de forma afable e incluso nos dejan entrar a una de las viviendas. De allí, salió corriendo un niño de apenas dos o tres años, a curiosear al oír ruido, y cuando vio todo aquel montón de blancos raros empezó a gritar y huir despavorido, con una llantina incontrolable, como si hubiera visto al diablo. Cada uno de los pequeños poblados lo compone una sola familia. Van construyendo las casas o sukalas de adobe y paja a modo de fortificación, y ninguna de ellas tiene ventanas, solo unas pequeñas aberturas que no tienen función de iluminación ni ventilación, sino que son de defensa, para disparar si son atacados. Las construcciones son del siglo XIX. Cada hombre tiene un máximo de seis mujeres y cada una de ellas tiene su propia habitación. El hombre duerme en el habitáculo que las separa. La mujer principal es la que tiene en su habitación un mayor número de cuencos. Vamos de un poblado a otro por senderos entre los campos de mijo, acompañados de varios niños. Los Lobi subsisten de la agricultura y la ganadería, y en aquel lugar tenían su pozo de agua, en el que las niñas se afanaban por darle vueltas a la rueda que accionaba la bomba y cargar pesados cuencos llenos de agua sobre sus cabezas. Acabada la visita, vamos a la frontera con Ghana. Salir de Burkina fue muy rápido y nos las prometíamos muy felices hasta que topamos con la cruda realidad de la entrada. Esperamos, y cuando nos reciben, meten a un despacho a Gloria, nuestra angloparlante y guía en Ghana, acompañada de Fernando. Salen diciendo que nos pedían noventa euros por coche en concepto de importación de vehículo. Finalmente y tras una dura negociación de nuestros interpretes, quedó en quince CFA. Luego pasamos al sello de pasaporte, para lo que necesitaban cuatro funcionarios. Uno que sujetaba el pasaporte por la hoja del visado, otro que se empeñaba en colocar el sello encima del visado, que como era plastificado no empapaba, se corría la tinta, otro que soplaba la tinta, y otro que se dio cuenta que si ponían el sello al lado, sobre papel, no acabaría borrándose. Arrancamos ya de noche y a la dificultad de la conducción nocturna por caminos desconocidos para nosotros, llenos de baches, se unió que Ghana esta sobrepoblado, y había gente y casas por todas partes, con lo que no encontrábamos donde acampar para pasar la noche. Llegamos a lo que nos pareció el final de una carretera en obras, que tenía un desvío para continuar hasta que estuviera acabada a unos doscientos metros más atrás, y allí pasamos la noche. Por la mañana, pudimos ver que entre la vegetación que cerraba la carretera pasaba una pequeña pista, pero tuvimos suerte y no pasó nadie en toda la noche. Nos dirigimos al parque nacional “Mole”. La impresión nocturna no mejoró mucho por la mañana. Malísima carretera en su mayoría pista con enormes agujeros. Gente pasando por todos lados, iglesias de los más variopintos nombres, construidas por doquier en medio de la espesa vegetación (más de la mitad de la población es cristiana), casas aisladas, poblados, y a las afueras colegios, lo que supone que larguísimas hileras de niños ataviados con sus pulcros uniformes de un solo color (principalmente de color azul) pueblen los arcenes de las carreteras andando y desandando el camino cada día. Era llamativo la gran diferencia de rasgos físicos de los ghanianos con respecto al resto de la gente que habíamos visto en los otros países del áfrica negra. Rasgos mucho mas duros y marcados, gente algo más bajita, y de piel mucho más oscura. Y también es llamativa la invasión de “Vodafone”. Esta empresa tiene literalmente “empapelado” todo el país con sus carteles. Las paredes de las tiendas están hechas con sus carteles, paredes de algunas casas, letreros, muchos letreros, banderines, todo es “Vodafone”. Llegamos al Mole y nos instalamos, todavía a tiempo de hacer una ruta antes de que anochezca. Vemos varias especies de antílopes y de monos, sobretodo colobos y Husar o Patas, algunos pájaros tropicales y facoceros. Los mamíferos grandes se resistieron, ya que lo espeso de la vegetación (todavía no habían empezado a hacer quemas controladas de hierba), el hecho de que terminaba la época de lluvias y había agua para que pudieran beber por todos lados, la gran extensión de terreno, hizo imposible que pudiéramos verlos. El lugar de acampada se encontraba en una explana de hierba segada con pequeñas superficies elevadas de madera para poder poner tiendas en caso necesario, con cenadores y servicios. Con un mirador, estaba situada en un alto desde donde podías divisar una vasta llanura. Ya era sobrecogedor el paisaje sobre las copas de los árboles, sin poder ver el suelo y con las montañas al fondo, y tiene que serlo mucho más bien entrada la época seca, cuando se puede contemplar la llanura y las manadas de elefantes y gacelas atravesándola hacia los últimos lagos. En ese entorno, decidimos que es un lugar ideal para pasar parte de la mañana del día siguiente, revisando la mecánica de los coches. Y así lo hacemos. Rodeados de pequeños ladronzuelos peludos, una gran manada de mandriles. Clivi se dejó la puerta del coche abierta, y cuando abre otra Angeles se encuentra uno rebuscando a ver que podía “pescar”. Rosa y Jose Mari deciden recolocar toda la carga, para lo que bajan las cajas al suelo, dando buena cuenta los monos del pan que llevaban. Llegaron a coger bastante confianza, ya que estuvieron correteando encima de los coches, Pepa se sentó con ellos en el mirador y Raquel les estuvo dando pan de la mano. Entretanto, algún facocero despistado también se acercaba de paseo. Revisados los coches, Antonio se da cuenta que el diferencial pierde aceite, y seguirá el resto del viaje rellenándolo casi cada día. En Techiman vemos los primeros famosos ataúdes. A partir de aquí aparecerán pequeños negocios familiares y otros más grandes con enormes escaparates o al aire libre llenos de ataúdes de las más increíbles formas y variedades, algunos de ellos finamente trabajados y recargados con ricos materiales. Llegamos a Kumasi ya anochecido. Y al atravesarlo, en busca de la casa de huéspedes Presbiteriana, donde íbamos a dormir, caemos en el mercado Kejetia (era predecible ya que está en el centro de la ciudad y tiene una gran extensión). Toda África estaba allí. Es imposible que hubiera nadie mas en otro lado. Ambientazo todavía a esas horas de música, luces, puestos y gente, mucha gente. Gracias otra vez a los mapas de Jose Mari, pudimos salir de entre la muchedumbre, con la seguridad de que íbamos por el camino correcto. Lo mejor del alojamiento fue que acampamos y no tuvimos que entrar mucho en el edificio, y que Pepa nos preparó un estupendo arroz para cenar. Día 28/10/2009. OBJETIVO CUMPLIDO. LLEGAMOS AL GOLFO DE GUINEA. De mañana temprano, entramos en Cape Coast, en dirección a la costa, donde visitaremos el castillo. Construido por los holandeses en 1637, fue ampliado por los suecos en 1652. En 1664 lo capturaron los ingleses. Ahora se puede disfrutar de un cuidado museo, de sus tiendas de artesanía en el patio de entrada, y sus hermosas vistas al mar por un lado, y a la ciudad por el otro. El 11/07/2009, Obama visitó el castillo, de cuyo encuentro quedó una placa conmemorativa. Es chocante encontrarte ramos de flores y coronas en las celdas de los esclavos, de americanos, cuyos antepasados estuvieron hacinados en este lugar desde donde los embarcaron a las américas. Junto al castillo, la costa estaba lleva de pequeñas embarcaciones que se encontraban paradas en ese momento con sus trabajadores recogiendo y arreglando redes. Los niño jugaban haciendo surf con tablas de madera. Tras la visita comemos en un bonito restaurante a pie de playa, construido de madera sobre un desnivel, de forma que las vistas llegaban a cientos de metros de la costa. Disfrutamos de buena bebida, buen pescadito, y música de ambiente, primero la del cantante local, y cuando Joan le pidió prestada la guitarra, nos demostró que no solo es un virtuoso de la armónica. Con los estómagos llenos volvimos al castillo a comprar souvenires. Debía ser ya la añoranza de los foros todoterreneros, algunos hicimos varias compras conjuntas. Entre otras cosas me llevé un atumpan, tambor que luego sabría que según lo toques, se usa para comunicar con los antepasados... Salimos de Cape Coast dirección Elmina. Aparcamos en la explanada de su castillo, y nos dirigimos al puerto, donde Gloria y Fernando explican que es famosa por lo colorido de la salida de las barcazas a pescar por la noche. Y así era. Decenas de embarcaciones partían por debajo del puente donde nosotros nos encontrábamos, con cientos de banderas ondeando al viento (también españolas). Los pescadores de cada barco, al salir, saludaban con entusiasmo a la gente que miraba curiosa alrededor. También entramos al techado del embarcadero, donde las mujeres se hacían cargo del pescado, lo lavaban y preparaban para la venta. Partimos hacia el este, y buscamos donde dormir. Acabamos en el Anomabo Beach Resort, un modesto pero acogedor lugar a pie de playa. Nuestra primera visita de hoy es el Parque Nacional de Kakum. Muy turístico, lugar donde llevan de excursión a los niños de las escuelas, dan clases, pero no por ello desmerece el paseo. Su gran atractivo es la ruta por siete pasarelas colgantes que están situadas a unos treinta metros del suelo, por las que haces una visita aérea de una gran extensión de terreno. Estoy seguro que Ángeles no pensó lo mismo, ya que descubrió que aquello se movía mucho y estaba muy alto, y pasó todo el tiempo mirando al cielo y cogiendo aire. Tras el paseo, ponemos rumbo a Accra. Por los arcenes, (o lo que debiera serlo), aparece gente vendiendo frutas y otras cosas, y nos llama la atención algo que hacen a la brasa y te lo venden bien asadito. ¿Será un conejo?, ¿tal vez un pollo?, ¡No!, es una rata. Pero te la dejan ya despellejadita, abierta en canal y directa para comer, y por el afán que ponían en mostrarla a los coches que pasaban seguro la consideraban un manjar. Me plantee comprar una y probarla, pero si alguien se atrevía conmigo para compartir males, y nadie quiso acompañarme. Locura de tráfico. Fue una hazaña separarnos tan solo en dos grupos, ya que no había formar de circular, y atravesar las glorietas...misión imposible. Hicimos una pequeña parada en una de las vías principales para reagruparnos y aprovechamos a estirar las piernas. Ya juntos, vamos saliendo de la ciudad y Gloria y Fernando nos dicen que no encuentran la cámara de fotos, que la han debido perder donde habíamos parado y que volvían a buscarla. El resto del grupo continuamos a fin de encontrar un sitio donde comer. Lo hicimos a las afueras, en la playa, mientras esperábamos noticias. Llegaron Fernando y Gloria apesadumbrados de no haber localizado la cámara. Bajan del coche, se ponen a charlar, y “vualá” allí estaba, en el suelo del coche. Eso me da que pensar que querían estar solos un ratito. Jejejejeje... Después de comer nos acercamos al barrio donde están los carpinteros de ataúdes. Sin tener un punto en concreto donde dirigirse, es imposible que sólo dando un paseo, como era nuestra idea, puedas ver tienda alguna. Así que nos acercamos al sitio más famoso, el que sale en el anuncio de televisión y en muchas webs. Y la verdad es que estaban muy trabajados, eran bonitos y originales pero ya habíamos visto mucho más espectaculares en varias poblaciones que habíamos atravesado a partir de Techiman. Se nos hace de noche, tenemos que buscar donde dormir. Vemos carteles de un hotel que tenía buena pinta, y allí nos dirigimos, al Pacific Farms Hotel, un bonito sitio con cenadores entre un gran jardín y un estanque y una granja con avestruces pero venido a menos. Nada mantenido, y es una pena, porque la idea es muy buena. Lo abrieron para nosotros, después de que Gloria sufriera lo suyo con el encargado, porque le preguntaba por los precios, las clases de habitaciones y si tenían aire acondicionado y agua caliente, y el hombre no tenía ni idea, trataba de contactar por el móvil con su jefe y mientras tanto sólo le contestaba a Gloria que el era un hombre temeroso de Dios, que confiara en él, que nos iba a tratar bien. No tenían un buen servicio, aunque Clivi lo solucionó rápidamente haciéndose el dueño de la barra de bar que tenían, donde pudimos disfrutar de unas cervecitas. Las habitaciones eran...bueno, aceptables, pero hubiera estado mucho mejor solo con un mantenimiento mínimo. Por la mañana nos prepararon unos huevos de avestruz, y nos marchamos hacia la desembocadura del Volta. Espléndido el paseo en barca a motor. Los guías nos llevaron hasta donde se unían mar y lago, donde se habían formado unas pequeñas islas de arena , llenas de conchas y cangrejos. En ambas orillas de la desembocadura había un gran contraste entre los poblados de cabañas de pescadores, llenos de redes y cajas de pesca de langosta y las grandes y lujosas casas con embarcadero propio con sus carísimas lanchas, que según nos contaron los guiás pertenecían a gente adinerada de Accra que venía a pasar los fines de semana. Todas ellas estaban entre una gran cantidad de palmeras y vegetación, y pudimos disfrutar viendo como salían a pescar en sus pequeñas embarcaciones, como las reparaban o como acudían las mujeres a la orilla a lavar la ropa. Tras nuestro paseo por el Volta, nuestro destino nos lleva a atravesar la frontera con Togo. La más caótica de todas con diferencia. Tanto la salida como la entrada. Te da la impresión que tanto la entrada como la salida la haces en la misma extensión de terreno. Pero los edificios de cada puesto de policía y aduana están muy separados unos de otros, a decenas de metros, y por supuesto no encontrarás un solo cartel. Tienen más departamentos que los que habitualmente encuentras en frontera, a lo que se suma que continuamente pasa gente cargada con cosas para comprar y vender, es un trasiego imparable entre el que hay una plaga de buscavidas. Conforme va pasando el tiempo, más se ofrecen a hacer los trámites por ti, cambiar dinero, lo que haga falta. La salida de frontera es prácticamente la entrada en Lome. Gran atasco de tráfico a lo largo de la carretera de la costa. En Togo debía dirigir la expedición Joan pero al parecer estuvo negociando con Fernando y Gloria, ya que no quería exhibir sus dotes de mando, y volvieron a ser ellos los encargados de preparar esta parte del viaje. Conseguimos salir del atasco con el tiempo suficiente para buscar donde pasar la noche. Buscamos un camping que tenían mirado Fernando y Gloria y estaba cerrado. Cerca había otro y entró Fernando a verlo. Al parecer, menos mal que entró solo porque salió con una cara que parecía un poema, inhabitable el lugar y lo más gracioso es que le pidió que nos limpiara un aseo, que así tal vez nos quedáramos y el encargado del lugar le dijo que mejor buscáramos otro aconsejándonos ir al Chez Alice. Este estaba completo, y acabamos en el Hotel “Novela Star”. Las habitaciones no se correspondían al nivel del hotel, pero estaban bastante limpias y el entorno era inmejorable, a pie de playa, con una gran piscina que algunos no dudamos en usar y una buena cena. El plan del día siguiente era ver el mercado de Lome y las Mama Benz, por lo que Jose Mari pensó que sería buena idea hacer otro intento con la Toyota, ya que según la web, había una muy cerca. Y tan cerca. Estaban en obras por la calle paralela al mar, y al girar, nos metimos en dirección contraria. Un guardia, tras echarnos la bronca (un poquito con razón) nos buscó un guía improvisado que nos llevara a la Toyota. Y el guía no tenía ni idea. Pero es que tampoco debía conocer muy bien la ciudad, porque subió a una especie de ronda que la atravesaba, y allí fuimos calle arriba y calle abajo, hasta que dije “llevo un mapilla en la Loneny Planet”, sigámoslo. Pues bien, fuimos de cabeza a las calles del mercado, estrechísimas e impracticables y menos en esos momentos, que ya bullían de gente y trasiego de mercancías varias. De todas formas debía ser normal que los coches se aventuraran a pasar, porque nos abrían paso y nos indicaban el camino.
Dimos un paseo por el mercado, disfrutando del ambiente, descubriendo en persona las Mama Benz y haciendo nuestras compras. Entramos también al supermercado, descubriendo que sólo entraba gente adinerada, y es que los precios de cualquiera de los productos estaban a la altura de los europeos. Para el siguiente viaje quedó poder visitar el mercado de los fetiches. Salimos de Lome para alojarnos en el Aubergue Du Lac lugar que según varias páginas web (y lo que se ve en las fotografías) se suponía era bastante bueno, en un sitio privilegiado a la orilla de la playa, desde donde organizan entre otras cosas excursiones en piragua para ver Togoville, ciudad situada en una isla en el Lago Togo, donde puedes ver una ceremonia vudú, y donde con más intensidad conservan ritos y tradiciones de esta religión. Lo del sitio privilegiado era verdad. Nada más. Las cabañas no las habían limpiado desde que las estrenaron. Desconchones y humedades poblaban suelo y paredes. Los colchones llenos de orines ambientaban el interior. Los baños del camping estaban a varias decenas de metros del lugar de acampada, si las cabañas estaban sucias imaginad los aseos públicos. De restaurante, tal y como se anuncian, ni hablamos. A pesar de todo, nos quedamos a comer (de lo nuestro) y acordamos el paseo en piragua a Togoville. Y aparecen con dos piraguas que se caían a trozos. Ya habíamos navegado en otras en las que uno debía andar achicando agua, pero es que estas se empezaban a hundir estando encalladas en la arena. Se empeñaron en que cabíamos los doce (y los dos chicos que las llevaban) en unas embarcaciones con capacidad para cuatro personas en cada una. Una de ellas, la que peor estaba, se hundía con nuestro peso de forma que el nivel del agua tocada con el borde superior. Lo mejor del asunto viene cuando les decimos que así no se puede ir, que busquen otra cosa y se ríen. Nos bajamos, y siguen riéndose, mofándose, así que les explicamos lo majos y serios que eran, y Jose Mari y yo nos marchamos en busca de otro sitio, mientras que Joan y Luis se quedaron descansando y viendo fotos. El resto fueron en barca a Togoville. Descubrimos el Hotel Safari, un auténtico oasis. Lugar impecable, pulcro, con todo lujo de detalles. Se unió a nosotros Luis, que cansado del viaje cogió una habitación triple (que le costaba algo menos que la cabaña nauseabunda del Aubergue Du Lac), y disfrutamos de una riquísima cena y un gran desayuno. Además, Luis descubrió que faltó poco para ser familia de la dueña, una mujer de avanzada edad, natural de un pueblito diminuto de Suiza donde había estado viviendo Luis. Eran fiestas en Agbodrafo, y esa noche había un concierto de la cantante Yaya Leley, al parecer muy conocida en Togo, que después durmió en el mismo hotel. Por la mañana, el resto del grupo acudió a buscarnos allí. Nos contaron que fue una decepción la visita a Togoville. El sacerdote tradicional les ofreció una ceremonia vodoo pero necesitaba que le dieran una botella de whisky para inspirarse, y los fetiches de las casas no eran tan espectaculares ni tantos como se podía esperar, dada la leyenda que la envuelve. Aunque teniendo en cuenta los guías que llevaban, deberíamos darle otra oportunidad, ya que siendo el centro histórico del vodoo en Togo, habiendo recibido la visita del Papa Juan Pablo II, y teniendo una catedral de construcción alemana, un centro artesanal y un museo de las dinastías que reinaron en el lugar, y que no llegaron a poder visitar, el sitio promete. Nos dirigimos a la frontera con Benin. A la salida, Joan tuvo que armarse de paciencia y diplomacia con el policía porque no quería sellar los pasaportes, y decía que habíamos entrado ilegalmente en el país, que el entente no era válido. Teniendo a Joan de interprete no hubo problema. Finalizados los trámites fronterizos, salimos camino a Ouidah. Aquí era yo quien dirigía la expedición. Ouidah es un importante centro del vodoo en Benin. Además, fue el único puerto del país hasta 1908 año en que se construyó el de Cotonou, por lo que Ouidah también fue principal salida de la trata de esclavos. Llama la atención lo cuidadas que están la carreteras y la impresión de limpieza, no solo en Ouidah, sino en todo Benin. Estamos a quince días de que se agoten las vacaciones de parte del grupo, por lo que debemos acortar algunas visitas. Así, llegados a Ouidah nos dirigimos al museo de historia, alojado en un fuerte portugués construido en 1721, lugar donde se encerraban a los esclavos que iban a embarcar a las américas, tras recorrer a pie los cuatro kilómetros que lo separan de la costa. El lugar es más pequeño que el fuerte de Cape Coast, y nos dejaría una impresión de peor mantenimiento que aquél, o que el museo que veríamos después, en Abomey. Aun así, fue una bonita visita, y aun más el paseo hasta la costa por la ruta de los esclavos, a lo largo de la que se pueden ver doce esculturas, símbolos, bien sobre los rituales del vodoo, bien sobre representaciones de los reinos que estuvieron en el lugar, bien sobre el tráfico de esclavos. Al final, sobre la arena, nos encontramos una sobrecogedora puerta de no retorno, erigida por la UNESCO, e inaugurada el 30/11/1996. Casi al lado, otra gran construcción memorial, la Puerta de Retorno de Cristo. Cerca de ese lugar, encontraríamos varias plataformas de madera con techados a modo de merendero, y aprovechando las vistas y el buen clima, comimos en uno de ellos. De salida, unos inoportunos retortijones de mi copiloto, me llevan a entrar en un hotel-restaurante situado en la ruta de los esclavos, la “Côte de Pèche”. Y resultó ser un lugar con mucho encanto, lleno de gente a la hora de comer. El dueño, vio que llevaba un polo del club Mercedes, y se acercó a saludar, explicando que es un apasionado del Mercedes G, y que es representante consular francés en Ouidah, todo esto sin yo hablar ni papa de francés ni el de español. Y es que no hay nada como querer hacerse entender. Llegamos a Abomey, donde puedes contemplar los palacios de los reyes que una vez tuvieron el más poderoso y temido imperio de Africa, el reino de Dahomey. Ya está anocheciendo, llueve desde hace varias horas y Jose Mari nos guía hasta el camping. A la luz de la noche, con todo el suelo encharcado, no nos pareció un buen lugar, y buscamos otro donde alojarnos. En una glorieta, al lado del Palacio de Justicia y la Prefectura de Policía, encontramos el Aubergue de Abomey, construcción colonial con bonitos jardines, y nada mantenidas habitaciones, aunque sí aceptablemente limpias. Solo dos de ellas tienen aire acondicionado, acordando finalmente que ocuparíamos esas dos, y el resto del grupo acamparía en la explanada de los jardines. Varios de nosotros cenamos allí, bastante bien, por cierto, y más teniendo en cuenta que Luis cometió el inmenso error de visitar la cocina, saliendo escandalizado. Mientras disfrutábamos de unas cervezas en la terraza, y por la mañana con el desayuno, se acercaron varios artesanos del lugar, ofreciéndonos cuadros de telas con figuras cosidas, tapices típicos del país, ya que es la forma de contar cuentos, historias y leyendas. Nos levantamos temprano por la mañana. Fernando y Luis salen hacia el norte, en dirección a Boukoumbe, capital del país Somba, lugar donde habita la tribu Betamaribe, ya que les apetecía mucho verlos al tratarse de una de las tribus más primitivas que se conservan. El resto nos dirigimos al museo de historia de Abomey, situado en los palacios de Glele y Glezo. Declarado patrimonio histórico de la Humanidad por la UNESCO en 1985, integran su colección más de un millar de objetos entre joyas, esculturas, altares, objetos funerarios, tronos, espadas..., excepcionalmente cuidados en urnas y vitrinas muchos de ellos, cuidada iluminación de las salas, y buen mantenimiento. Ya solo el lugar es sobrecogedor. Escondido en una altísima muralla de adobe, las construcciones de los palacios guardan en sus paredes figuras a modo de jeroglíficos, que explican varias historias y leyendas de los reinados Dahomey. Entre las figuras mas llamativas hay varios tronos antiquísimos, uno de ellos construido con las calaveras de los enemigos del rey, altares y cetros funerarios. Igual de sorprendente son las construcciones funerarias, con paredes echas con sangre humana y los ritos que conservan para con ellas. También había un hueco para la artesanía, en uno de los patios exteriores, estaban colocados una serie de puestos, que tuvimos que pasar casi a la carrera, ya que se nos hacía tarde. Tras la visita, encaminamos nuestro viaje hacia el parque nacional de Pendjari. La carretera, igual de buena que las de habíamos usado en el resto del país, transcurre a lo largo de un bonito paisaje, cada vez más montañoso, pequeños pueblos, colegios, hileras de niños yendo al colegio y arcenes nevados de unas bolsas que contenían una harina blanca, probablemente de casava, o algo así, y que apilaban en enormes montones para su venta. Pasamos por Dassa Zoume, lugar donde peregrinan a una cueva que dicen se apareció la Virgen María. Ademas, el pueblo tiene una gran catedral. Teniendo en cuenta que la población cristiana es un pequeño porcentaje, no deja de ser curioso. A unos cincuenta kilómetros de Natitingou, comenzamos a escuchar por las emisoras a Luis y Fernando. Ya habían estado con los Somba, y visitado su aldea, habían compartido con ellos cerveza de mijo en cuencos de calabaza, y volvían a la carretera, a Natitingou, donde nos uniríamos. A la entrada de Natitingou había una gasolinera, y algunos ya iban escasos de combustible, así que paramos a repostar. Luis y Fernando entraban por el otro extremo, y mientras nosotros echábamos combustible, ellos decidieron buscar un sitio donde cambiar dinero, y al que acudiríamos después. Pocos minutos mas tarde, oímos por la emisora a Fernando diciendo que se ha dado un golpe, le cuesta explicar que ha pasado, no acaba las frases, así que salgo en su busca. Resultó que al ir a estacionar enfrente del banco, no se dio cuenta que detrás tenía otro todoterreno al que le dio un toque sin consecuencias. Pero el conductor autóctono, al ver un guiri, pensó que podría arreglar a su costa alguno de los bollos que llevaba, y se dirigió a Fernando en voz muy alta, haciendo aspavientos, de manera que en seguida les rodeo mucha gente. Fernando se puso muy nervioso, al ver tanta gente a su alrededor, y menos mal que tenía a Luis a su lado que le hacía de traductor, y lo iba calmando. Cuando llegamos, habían decidido meterse en la comisaría de policía que estaba prácticamente al lado, y allí los acompañamos. Todo quedó en una pequeña regañina del policía que dijo ser el responsable de la comisaría, (tanto a nosotros como a la otra parte) diciendo que esas cosas se arreglan entre los interesados, hablando y sin necesidad de liar ningún follón ni de llamar a la policía. Ya todos juntos cambiamos dinero y salimos rumbo a Pendjari. Vamos adentrándonos en la cordillera de Atacora. La carretera da paso a una pista pedregosa y bacheada, siempre al lado de las imponentes pendientes de las montañas. A los lados, entre los campos de mijo y en la ribera de los ríos aparecen sobre todo mujeres y niños cargados con agua, lavando ropa, y mirando curiosos. Ya de noche y con las indicaciones de los aldeanos, encontramos Camp Numi, el camping más cercano al parque, donde íbamos a pasar la noche. Entramos y nadie nos recibe. Todo está oscuro. Con linternas vemos una construcción con algo de herramienta y unas tazas arrinconadas y sucias. Ya pensábamos en marcharnos cuando aparece alguien con una linterna. Dice que va a buscar al dueño. Aparece un hombre de aspecto desaliñado, alemán de unos cincuenta años, y nos dice que hemos entrado a los almacenes de servicio (Uf! Menos mal). Nos explica que lo tiene todo cerrado porque todavía no es la época turística, pero nos acoge sin problemas. Enciende luces, nos enseña las cabañas, bonitas, limpias, acogedoras, y la zona de acampada. Ya se va acercando el final del viaje juntos, así que esta noche lo celebraremos con algo ligerito, una fabada asturiana, buen vino, y algo de picoteo mientras se calienta la cena, no vayamos a desfallecer. Nos levantamos temprano a ver si tenemos suerte con los bichos del parque. El primer contratiempo surge en la entrada. Pagamos y nos dicen que no es posible que vayamos solos, tal y como dice la web, que nos tiene que acompañar un guía, claro está en uno de los coches del grupo. Les decimos que si es posible, queremos pasar la noche en el parque, y nos contestan que no se puede en las zonas de acampada, que tenemos que ir al hotel. Bueno. Veremos como es. Lo gracioso es que el guía insiste en que pasa la noche con nosotros, y eso ya no nos parece tan bien. Parte del grupo decide que no se queda, pero el guía dice que ellos sí pueden volver solos, que él se queda con el otro grupo que así cobra dos días el jodío. Después les explicamos que necesitamos salir por Batia, porque de ese modo nos ahorramos un montón de kilómetros y tiempo para nuestro viaje. Nos dicen que no, que salgamos por el mismo sitio (si no tiene que trabajar más y se tiene que buscar como volver). Pone la escusa de que el río se ha desbordado, pero para demostrárnoslo, después nos llevará por el camino que bordea el río, y que sí tenía zonas de barro, pero se niega a enseñarnos el camino bueno, que cruzaba una de las zonas del parque por el sur, derecho a la salida. Por fin, con mal sabor de boca, entramos al parque. Lo lleva Joan, que nos va traduciendo lo que dice, y además nos cuenta que lo tiene asfixiado, porque se estaba fumando el paquete de tabaco (el de Joan), y tiene que llevar las ventanas continuamente abiertas, por lo que debe andar peleando con los insectos que se cuelan en el coche. Llegamos a lo que llaman hotel, unas chozas horribles, nada que ver con Camp Numi y que estaba cerrado. Aparecen más trabajadores del lugar que cuando alguna de las mujeres pretendió ir a evacuar, las seguían, no nos fuéramos a llevar la paja de los tejados. Fue una pena lo mal que nos trataron porque el sitio era precioso. Aun cuando la hierba nos impidió ver elefantes, que era nuestro objetivo, solo el paisaje ya merecía la pena. Además, vimos hipopótamos en un embalse, cocodrilos, inambúes, y otras aves, alguna serpiente, varias clases de antílopes y monos. Hubo varios atascos y varias eslingadas. Después de comer, nos marchamos a pasar la noche a Tanguieta en el Hotel Baobab, sucio y nada recomendable, aunque cenamos bien. En la zona de barra del bar, tenían un tenderete de artesanía con figuras de madera y metal, máscaras, bastones y cachivaches varios. Por la mañana, y tras una dura negociación, Pepa se llevaría unas bonitas figuras de madera de unos cincuenta centímetros de altura, ocultas a su marido, que al principio no le hicieron mucha gracia, pero que acepto llevar en la baca. Tras el desayuno, vamos a la ciudad a lavar los coches que estaban hasta arriba de barro. Mientras esperamos, busco una peluquería donde cortarme al cero el pelo, que ya había crecido y no aguantaba el calor. Un chaval me lleva a través del nuevo mercado de la ciudad a una casita con la peluquería de caballeros, lugar peculiar donde los haya, con sus sillas giratorias, fotos de modelos en las paredes, televisión y sofá para la espera, listado de precios, hasta aceites para limpiar la máquina y brocha para cepillar los restos. Si hasta tenía babero para los clientes y llevaba una bata de una de esas marcas famosas de pelos. Pepa se dedicó al reportaje fotográfico del acontecimiento, que si no luego nadie iba a creerlo. Por otro lado, Joan y Luis buscaron un lugar para revisar sus neumáticos, que perdían aire. Los dos llevaban en una de las ruedas de cada vehículo un tornillo clavado, y tuvieron que repararlas. Con todo a punto, pasamos la frontera a Burkina en dirección a Ouagadougou, histórica capital de los Mossi, donde pretendíamos alojarnos en la misión católica, justo en el centro de la ciudad, y aprovechar para salir de fiesta, ya que es el centro de la música africana, allá donde vas hay restaurantes con música en vivo, espectáculos, bares y pubs donde deleitarte con la noche africana. La religiosa que nos recibió nos dio una mala noticia. Estaban completos. No podíamos quedarnos. Nos aconsejó un lugar, “El Faraón”, a unos trece kilómetros de allí. Discutimos cual era la mejor opción, ya que alejarnos de la ciudad dificultaba la vuelta para la cena. Pero estaba anocheciendo, y tampoco nos atraía la idea de quedarnos tantos como eramos callejeando por una gran ciudad en busca de otro alojamiento. Decidimos acudir al lugar que nos había indicado la monja. El exterior ya nos hizo sospechar que no era tan bueno como nos había dicho, y una vez dentro, descubrimos que era club de alterne. Nos dejaban quedarnos, pero de mala gana. Era ya de noche, y había sido bastante complicado salir de la ciudad, por lo peligroso del tráfico. Tras darle muchas vueltas, Luis, Fernando y Jose Mari se marchan en busca de un hotel. El resto nos quedamos. Por la mañana, Fernando y Luis saldrán camino de la falla de Bandiagara, donde acordamos reunirnos Jose Mari y yo. El resto, que ya conocía el País Dogón, tomarán otra ruta, uniéndose al grupo en Mopti, en un camping que indicó Clivi. Por la mañana, me despido de Joan, Antonio y Pepa, y Clivi y Angeles, y salgo en busca de Jose Mari. Nos reunimos en la misión católica. Abarca una gran extensión de terreno donde, entre los jardines, se encuentra el convento, el albergue, y la catedral, construcción colonial de principios del siglo veinte. Nos encontramos con un español que estaba alojado en el lugar, un voluntario que iba a pasar el mes en esa ciudad, y le explicamos lo ocurrido con el alojamiento recomendado por la religiosa, para que se lo hiciera saber. Visitamos la catedral, paseamos hacia la glorieta del monumento a la música, vimos el gran mercado, el más grande del África del Oeste, siendo un acierto llegar cuando todavía no había abierto, y aquello ya empezaba a caldearse, los tenderos colocaban su género, la gente empezaba a llegar y pudimos ver la gran plaza que abarca el mercado, y la construcción por su interior. Desde allí nos marchamos a las rondas exteriores de la ciudad, donde se encuentra la Villa Artesanal de Ouaga. El lugar, a modo de feria de muestras, recoge artesanos de cuero, tela, madera y metal, distribuidos por sus especialidades. Te permiten acceder y curiosear la zona destinada a talleres, y por supuesto los lugares de venta al público, con cientos de piezas de bronce, adornos, vestidos, cuadros, figuras, máscaras o instrumentos musicales. Hicimos algunas compras, más de las que había pensado, y es que no podías resistir la tentación. Mientras esperábamos que Jose Mari y Rosa se decidieran en unas figuras, Raquel vio una preciosa escultura de bronce, de unos dos metros de altura, una mujer vestida de telas, finamente trabajadas, sosteniendo entre sus brazos, por encima de la cabeza una jarra. El acabado era increíble, los contornos y los detalles de la cara, el pelo, los dedos, lo delicado de las manos. Descubrió que uno de los artesanos, de otro puesto, hablaba inglés, así que le explicó que íbamos de viaje en coche, que nos quedaba una larga ruta y nada de espacio y que no podíamos comprarla, pero que nos había gustado mucho, y que por curiosidad, queríamos saber qué costaba. Solo escucharon que queríamos saber el precio, porque iniciaron una dura negociación, hasta que nosotros mismos les decíamos que no bajaran más es precio, que estaban pidiendo menos de los que valía, que no era posible llevárnosla. Los chavales le limpiaron el polvo, le sacaron brillo, la sacaron a la luz de los jardines, una locura. Cuando nos marchamos, salio uno de ellos a comprobar que era verdad que íbamos en coche, y ya parece que se quedó más convencido. Salimos en dirección a Mali, hacia la frontera de Koro. La pista transcurre a lo largo de un hermoso paisaje, otra vez sabana, lleno de baobabs, lagunas, acacias y rebaños de cebús. A la hora de comer buscamos una sombra y se nos une un poblador del lugar. Compartimos la comida, pero se queda siempre algo alejado, no toma confianza. Supongo que no debimos seguir el protocolo de forma adecuada. Luego se acercaron dos mujeres con niños, y se repartieron las bolsas con las latas, botes de cristal y botellas de plástico como si fueran un gran tesoro. El paso de frontera, increíble. Rápido, incluso para un país europeo. A la salida y ya en Mali, los primeros controles eran extrañamente minuciosos, pidiendo todo tipo de documentación y revisando las fechas de caducidad de todo. Llegando a Bankass, oímos a Gloria por la emisora. Habían llegado pronto, así que hicieron un pequeño recorrido de la falla hasta Ende, donde estaban esperando. Nos indicaron el camino, el sitio donde estaban alojados y se encargaron de avisar a los del albergue para que tuvieran preparada la cena. Hicimos un bonito recorrido, aun cuando sólo podíamos ver lo que alcanzaban los faros del coche, por un camino entre baobabs y arena. Al llegar no esperábamos encontrarnos aquello. Un ambientazo en el pueblo, lleno de gente que te daba la bienvenida, más turistas llenando el sitio, un encantador patio interior donde tenían colocadas sus mesas con velas y decoración propia del lugar. Se habían encargado de buscar un guía con quien ya habían quedado por la mañana, para hacer una visita al pueblo. Hay mucha gente que se queda varios días y acompañados de sus guías hacen rutas a pie , visitan varios pueblos donde siempre que lleves guía te reciben amablemente, sus mezquitas, las casas de los brujos, su artesanía, incluso sus casas pero no era nuestro caso. Otra vez el tiempo de regreso estaba en nuestra contra. Terminamos de cenar, y al lado del albergue se reunía cada vez mas gente. Comenzó la música. Todos bailaban apretados, como si en la “discoteca” se hubieran pasado del aforo permitido. Nos contaron que estaban celebrando un bautizo, y la fiesta se alargó hasta altas horas de la madrugada. Las estrellas sobre fondo añil dieron paso a una inmensa luna llena que iluminó el pueblo, y nos mostró el lugar donde estábamos: al pie de la falla, con unas imponentes vistas del cortado que teníamos enfrente. Después del desayuno, el guía nos acompañó a dar una vuelta por el pueblo. Nos llevó a la casa del hechicero o chamán del pueblo, el Hogón, que en estos momentos había muerto y los pillamos en plena sucesión. Situada a varias decenas de metros sobre nuestras cabezas, en la montaña, mientras subíamos, nos contaba historias sobre la vida del hechicero, sus costumbres y qué eran cada uno de los habitáculos de la vivienda. Nos enseñó las construcciones de los Tellen, pueblo que habitó estos lugares antes que los Dogón, y que se les atribuyen facultades mágicas, como las de saber volar, ya que sus casa son unos pequeños agujeros en la montaña, que parecen inaccesibles y que los unos y los otros utilizan también como tumbas para sus difuntos. Los Dogón dicen que los Tellen, hombres pequeños y de piel roja, todavía pueden encontrarse en las planicies del este. Bajamos la montaña para ver los talleres de los artesanos del lugar. Había trasiego de gente afanada en sus tareas, mujeres cargando cestos y cuencos, ruido de los golpes al moler el mijo, las gallinas, las cabras, y... ¿Máquinas de coser?. Sí, en varias de las casas donde confeccionaban alfombras, tapices y camisas, tenían antiquísimas máquinas con las que trabajaban. Sólo debías respetar una cosa, nada de fotos a la gente (salvo raras excepciones) y este pueblo alegre y afable te abría todas las puertas. Visitamos la mezquita, por fuera, claro, e hicimos unas compras, ya que las puertas dogonas, las figuras de madera y los pequeños muebles tallados a mano eran irresistibles. Desde allí, y tras despedirnos de nuestro guía, salimos a atravesar la falla. La falla, que en algunos sitios alcanza los trescientos metros de altura, y de unos doscientos kilómetros de longitud, separa dos mesetas. En la zona interior, en apenas unos pocos metros, te encuentras zona rocosa y montañosa de tierra dura, tierra fértil y cordones de dunas. Jose Mari tenía varias rutas alternativas, algunas que atravesaban las dunas por el exterior, otras que iban navegándolas, y otras interiores, eligiendo estas últimas. Acertada elección, ya que íbamos muy cerca de la falla, atravesando los pueblitos, cruzándonos con gente entre campos sembrados, en pequeños ríos, zonas de conducción en arena, enormes y extraños baobabs, ya que la gente hacía cuerdas con sus troncos, para lo que los ataba en varias zonas, de forma que crecían formando anillos, rebaños de cabras, grupos de mujeres a las sombras de los árboles moliendo mijo, niños jugando... Recorrimos unos cuarenta kilómetros de falla, ya que hacerla entera hubiera supuesto quedarnos un día más. Salimos por Sanga, disfrutando de la sinuosa carretera y sus vistas, y paramos a comer a la bajada del puerto. Por este lado, asociaciones de cooperación francesa estaban creando una importante infraestructura en el lugar, cultivos alternativos, presas de agua, embalses o edificios de piedra, en sustitución al adobe. Ya estábamos de camino a Mopti, cuando Fernando recibe en su emisora al segundo grupo. Dábamos por hecho que estaban por delante de nosotros, hasta que entendimos que no habían llegado a la altura de la falla, y que no habían hecho los trámites de frontera, así que iban en busca de una población donde sellar sus pasaportes. Poco más recibió Fernando, así que continuamos ruta a Mopti donde buscamos el camping que nos había indicado Clivi. Llegamos justo al atardecer, y aunque el camping era un tanto “dejado de la mano de Dios”, como era el lugar de encuentro nos quedamos, y salimos hacia el puerto, al restaurante “Bozo”, lugar turístico a la orilla del río Niger y que merece la pena visitar. El sitio se encontraba al final del mercado del puerto. Un lugar idílico, con terrazas techadas a dos alturas, un gran local, y una tiendecilla de souvenirs. Apenas tenía gente, y es que los que lo atendían eran tremendamente dejados, nada de limpiar, la cocina cerrada, y cuando tras quince minutos de estar sentados en la terraza se acercaron y les pedimos unas cervezas frías, nos dijeron que no tenían. Contestamos que entonces no queríamos nada y nos quedamos. Las vistas eran espectaculares, con los barcos faenando, gente pescando, brisa, y el sol ocultándose frente a nosotros. Al ver que no nos movíamos, y una hora después, decidieron ir a buscar cerveza, y pudimos refrescar nuestras gargantas. Ya anochecido, volvimos al camping. Acababa de llegar el segundo grupo, y nos estaban esperando sentados en la terraza del restaurante. Nos cuentan que desde Ouahigouya, se desviaron al sur de donde nosotros habíamos cruzado la frontera, hacia Tougan, puesto fronterizo de salida de Burkina, donde no tuvieron ningún problema con los trámites. Por esa zona, en dirección al este, hay unos lagos que debieran tener cocodrilos, considerados sagrados. Nos cuentan lo bonito del paisaje, los pueblos por los que pasaron donde era la primera vez que veían un blanco, el estupendo trato con la gente. Tan absortos debían estar con su experiencia, que perdieron la pista que llevaba de Tougan a Diallassagou, población donde debieran haber hecho los trámites de entrada. Fue en Bankass donde llegaron al puesto de policía explicando el problema, y allí el funcionario les puso una diligencia sellada en el pasaporte conforme se habían personado allí, pero no pudieron arreglar lo de aduana para el coche. Los días siguientes atravesarían Mali hacia Senegal sin el Laissez_Paissed del coche, hasta que lo arreglaran en frontera. Mientras intercambiábamos experiencias, en el camping nos preparaban riquísimas brochetas de capitán para la cena. Peor fue la estancia, para los que habían decidido pasar la noche en una habitación. Jose Mari y Rosa cambiaron cinco veces de habitación para acabar en su tienda de campaña, Luis, ya a altas horas de la madrugada, durmió en el asiento del coche, porque no le apetecía a esas horas hinchar el colchón. Fernando y Gloria también cambiaron varias veces la habitación y no pudieron dormir. Y es que la limpieza era cero, las sábanas tenían más fauna que alguno de los parques que habíamos visitado, las paredes se caían a pedazos, no funcionaban ni los aires acondicionados ni los ventiladores, había goteras y manchas de agua de las tuberías, en fin, un acogedor lugar. Ya habíamos leído en varios sitios que Mopti no es un buen sitio para alojarse, que lo ideal es ir a Sevaré, a unos cinco kilómetros. De pasada habíamos visto un camping llamado “hogar canario”, con muy buena pinta, y Joan nos diría más tarde que el había estado en el hotel de unas mujeres del País Vasco, muy a gusto. Habrá que apuntarlo para la próxima vez. Por la mañana nos despedimos de Antonio y Pepa, Joan y Clivi y Angeles, que se quedaban en Mopti, y ya tirarían hacia Senegal. El resto del grupo tomamos camino a Djenne. Situada en una isla del río Bani, Djenne es una de las ciudades más antiguas del África del Oeste. Lugar donde se encuentra la mezquita de abobe más grande del mundo. Del siglo diecinueve, es una fiel reproducción de la original, de 1280, construida por uno de los reyes de Djenne cuando se convirtió al Islam. Además de llegar con piraguas, barcos y transbordadores, se puede acceder a la ciudad por una pequeña pista, que a causa de las lluvias estaba impracticable. Así que aunque nuestra idea era ir por pista a la ida y en barco a la vuelta, no pudimos hacerlo. La visita fue rápida. Varios supuestos guías y buscavidas se unieron al grupo, a quienes no pudimos convencer que no necesitábamos sus servicios, ya que por desgracia sólo podíamos estar unos quince o veinte minutos, pues nuestro viaje era largo. Nos hicimos fotos en la plaza de la mezquita, que como cada año tras la época de lluvias, estaba siendo reconstruida. Vimos la biblioteca, y las calles adyacentes, y salimos de vuelta. Por el camino, tuvimos que parar a que una cabra diera a luz en medio de una calle. Ya de vuelta del transbordador, en dirección a la carretera principal, pudimos ver un enorme rebaño de cebús, cruzando el gran río Níger, decenas de cuernos se empujaban unos a otros para llegar, mientras el pastor los achuchaba con energía para que ninguno se quedara atrás. Comenzó a anochecer ya cerca de Bamako, y buscamos un lugar donde pasar la noche. Luis y Fernando deciden continuar viaje, durante la noche, ya que Fernando, dentro de cinco días tiene que llegar al trabajo. Encontramos una pista donde adentrarnos para acampar, a unos ocho kilómetros de Bamako, y allí nos separamos. Cada viaje es una experiencia diferente para los aventureros que la viven, pero es a partir de Mopti, y a partir de aquí cuando las historias de cada uno son una aventura completamente nueva. Ya solos Jose Marí y Rosa y Raquel y yo, nos dirigimos a Nioro, a atravesar la frontera maura. Por el camino de Metambougou a Nioro, nos cruzamos con caravanas de Tuaregs. Esa gente vestida con ropajes oscuros, mujeres adornadas con abalorios de metal brillante, los carros cargados con hatillos de cañas dobladas que sobresalían por encima de sus cabezas, les da un aire señorial, misterioso y mágico. Llegamos al lado mauritano de la frontera, donde nos volvieron a recodar qué es el pillaje de los funcionarios que allí trabajan. El paso es un sitio desolado, con una diminuta caseta por oficina donde hacer los trámites y una epicerie que se caía a pedazos y que no disponía de los productos más elementales que tienen en otras del país, situada enfrente. Terminados los trámites, el funcionario nos presenta a su amigo el de los seguros, que estaba tirado al sol, junto a la caseta. Le explicamos que lo sacaremos en el Ayoun El Atrouss, y nos deja marchar. Unos pocos kilómetros después, el del primer control ya estaba esperando para multarnos por no llevar seguro. Cuando le explicamos que lo sacábamos en Ayoun el Atrouss, se reía y continuaba pidiendo treinta y seis euros por coche. Le dimos dos mil ouguiyas por los dos (unos cinco euros) y nos marchamos. El siguiente control ya no iba a multar por el seguro (les pareció muy descarado, no sé) así que decidieron....el cinturón de seguridad, que por otro lado, llevábamos puesto, pero eso dio igual. También pedían “taytantos mil”, y también se conformaron con dos mil ouguiyas. Por fin llegamos a Ayoun. Sacamos el dichoso seguro, compramos pan y otras vituallas, cambiamos dinero, y salimos de la ciudad con intención de avanzar lo que se pudiera hasta el anochecer. Pocos kilómetros hicimos, ya que Jose Mari, que había notado que le hacia extraños el coche, dijo que eran peores, que algo grave le pasaba al coche. Salimos de la carretera a un lugar donde acampar, y vio que estaban rotos los rodamientos de la rueda delantera izquierda, por lo que al día siguiente habría que volver a Ayoun el Atrouss a repararla. Esa noche, otra vez ya con kilómetros de horizonte desértico ante nuestros ojos, Rosa buscó en ese baúl tipo bolso de Mary Popins que llevaban por maletero, y preparó unos burritos, con su pisto, enchilada, arroz cocido, a todo lujo. Por la mañana, de vuelta a la búsqueda de un taller, y a la altura de las montañas de Dmouch, a unos cientos de metros de Ayoun el Atrouss, oímos unos gritos. Al girar la vista al lugar de donde provenían, a pie de carretera junto a las montañas, pude ver lo que ya era una manada de babuinos. Nos quedamos en el primer taller que vimos. Los chavales miraron qué pasaba, y que les venía grande, así que que se marcharon a buscar a otro que les ayudara. El nuevo mecánico estuvo explicándoles que era lo que estaba roto, cómo se desmontaba, todo ello con poco más que un destornillador y alguna llave fija que era todo el material del que disponían. Menos mal que Jose Mari iba bien provisto de herramientas, porque si no no se podía haber desmontado. Una vez fuera las piezas, el mecánico nos enseña que la avería era peor de lo que pensábamos, porque había llegado a hacer holgura en el buje. Se buscó la vida para encontrar la pieza, la primera que trajo era algo más grande y no encajaba, tuvo que ir a por otra, todo ello con gran diligencia, y siempre enseñando a los primeros que era lo que iban haciendo. De vez en cuando llegaba gente del pueblo, a curiosear la escena. Mientras tanto, las mujeres se acercaron a la epicerie, donde compramos algunas coca-colas, agua, dulces, y un refresco de melón que sólo en algunos lugares de Mauritania he podido conseguir, con lo que cargamos el maletero. El hombre estaba encantado, las ayudó a trasladar la compra a los coches, e incluso en algunas cosas nos hizo precio de mauro. Con el coche ya arreglado, continuamos viaje. El recorrido a lo largo dela carretera transcurría entre lagos, grandes rebaños que atravesaban la carretera sin pastor que les guiara, montones de cadáveres de cebús, burros, ovejas y cabras y algún camello tirados en las cunetas. El Pont de Tintane, que a la ida estaba impracticable y tenía un itinerario alternativo bordeando la inundación, ya se podía usar. El agua todavía subía a la carretera, y a los lados podía verse coches y casas sumergidos, y niños bañándose despreocupados en esas aguas embarradas. A unos cincuenta kilómetros de Kiffa, nos encontramos un coche tirado y gente pidiendo ayuda. El coche estaba destrozado, un Jeep con motor Renault, y un montón de piezas de vete a saber dónde. Nos dijeron que los había dejado tirados, y preguntaron si podíamos llevarlos hasta Kiffa. Colocamos una eslinga, y tiramos camino a delante. De repente me dan un frenazo, y es que perdían el motor de arranque. En un momento lo quitaron y lo echaron dentro. Había alcanzo los ochenta por hora y creo que ese coche nunca había ido tan rápido ni aun funcionando. El conductor, me pidió que fuera más despacio que le entraban “congojos”, y llegó a ofrecerme comprar el coche. Más despacio, llegamos a Kiffa, y el gendarme del control de entrada les echó la bulla. Es una de esas veces que me hubiera gustado saber francés para hablar con él. Los dejamos en un taller, y continuamos hasta las cercanías de Sangrafa, donde acampamos a pasar la noche. Hoy debemos buscar un soldador. El coche de Jose Mari tenía de antes de comprarlo un pequeño toque en el chasis, y por allí se estaba haciendo una fisura. Mauritania está plagado de controles. A la entrada y salida de cada cada ciudad. Y en cada uno te paran, te preguntan lo mismo, hasta el extremo. Llega a ser realmente agobiante. Debió ser por eso, que ya cansados, nada más que nos paraban ya les decíamos que íbamos de vuelta, llevando con nosotros mucho cansancio y ropa sucia, y parece que funcionó, ya que cada vez era menos rato el que debíamos parar. Tratamos de arreglar el coche en Sangrafa, pero allí no tenían las herramientas necesarias. Durante la ruta, enormes bandadas de pájaros se cruzaban en lo alto por nuestro camino, o los veíamos posados al lado de los lagos que había creado la estación de lluvias, y es que no en vano ya estábamos muy cerca del Banc de Arguín, reserva de la biosfera, reconocida por la UNESCO como patrimonio de la humanidad, donde migran multitud de aves entre Europa y el Sur de África. En la siguiente población grande, Aleg, sí tuvimos más suerte. El soldador no sabía francés, sólo árabe, y sonaba a algún dialecto extraño, dudo mucho de que fuera Hasania, pero aun así hubo entendimiento y entre las herramientas de Jose Mari y las que él tenía, pudieron arreglarlo. Asombrado se quedó Jose Mari, que entiende de hacer soldaduras, con la habilidad del mauro, ya que debía suplir con ingenio la falta de potencia de la máquina. Mientras estaban manos a la obra, me di una vuelta con Raquel por el mercado, que a esas horas estaba lleno de gente yendo y viniendo, y compramos unos huevos, ya que los que había traído de Zaragoza, por falta de entendimiento con la nevera, los congelé, y me había quedado sin poder cumplir una tradición: comer huevos fritos en la arena. Ya en perfecto estado, continuamos, pasando Nouatchok, y nos salimos de la carretera para coger ruta del Banc de Arguin. Tuvimos suerte con la marea, que estaba baja, y pudimos pasar por la playa, entre el mar y la imponente cordillera de dunas. Acampamos a unos cuarenta kilómetros antes de Nouamghar. Era todavía temprano, había luz, así que nos dio tiempo de dar un paseo por la arena, contemplando infinidad de clases de gaviotas y garzas. La tarde empeoro, dando paso a un viento cada vez más fuerte, que no fue suficiente para hacerme desistir de los huevos fritos con arroz a la cubana a la hora de la cena, acompañados, que se le va a hacer, de algún que otro granito de arena. Tras el desayuno, comenzamos ruta por el Banc de Arguin. Es impresionante el paisaje, los pájaros formando mantos blancos sobre la arena, bandadas pescando en los bancos de peces a pocos metros de nosotros, enormes salinas llenas de vida, los islotes, el contraste con el desierto duro del interior. Llegamos a cabo Tafarit, donde estuvimos un rato disfrutando del sitio. Desde allí, retomamos rutas hacia el este, para salir a la carretera. Llegamos pronto a la frontera y nos las prometíamos muy felices. Primero, el sello de salida, con mucha, mucha, calma. Aduana, más calma. Después, en policía militar, cierran para comer. Hora y media, que hay que reposar. Estuvimos más tiempo para salir de Mauritania que para entrar en Marruecos, y eso que en Marruecos nos registraron el coche de arriba a abajo, preguntando si llevábamos armas. Habíamos decidido llegar a Dakhla, ciudad que me apasiona, así que aunque ya atardecía decidimos dar el tirón. Llegamos bien entrada la noche, y fuimos directamente a cenar al Restaurante Casa Luis, magnífico lugar. Después teníamos intención de alojarnos en un hostal que ya conocíamos, sencillo y muy limpio, pero estaba completo. El encargado nos mostró la única habitación de la que disponía y que no la alquilaba porque a causa de las obras que estaban haciendo había problemas con los desagües y subía un desagradable olor. Habla mucho y muy bien de él, el hecho de que nos lo mostrara, y fuera tan sincero. Habíamos visto un hotel nuevo a las afueras de la ciudad, y decidimos probar suerte. Se trata del Hotel Riad Daklha Calipau Sahara. Decorado en su interior a modo de palacete, con ricos grabados, todo lujo de detalles en las habitaciones, y por la mañana pudimos comprobar que a esto se sumaba unas impresionantes vistas, piscina, tumbonas, suites con piscina y patio privado y un increíble servicio. Las largas estancias no son aptas para todos los bolsillos pero para una noche hacían precio similar al del resto de los alojamientos del interior de la ciudad. Desayunamos con dulces caseros, mermeladas, y con los estómagos llenos, salimos hacia Tan-Tan. Nuestra primera parada estaba programada para el Aaiun. Llegamos algo pasada ya la hora de comer, así que directamente nos quedamos en la zona del puerto, en el “Josefina”, restaurante donde pretendíamos darnos un homenaje con el buen marisco que preparan. No tuvimos suerte. Acabada la hora de comer, y yéndose ya la gente de las pocas mesas que quedaban ocupadas, solo pudieron ofrecernos algunos de los pescados que tiene la carta. Después salimos en busca del taller, donde íbamos a cambiar aceite y filtros. Fue complicado encontrar aceite de la densidad que necesitábamos, pero el mecánico removió cielo y tierra para encontrarlo, y no fue nada fácil, porque además, el ochenta consumió nada más y nada menos que ¡quince litros!. Oscurecía la tarde al salir de la ciudad. Aun así, optamos por continuar hasta el Ksar Tafnidilt en Tan-Tan. A la dificultad de la conducción nocturna con infinidad de camiones circulando, se unió una niebla cada vez más espesa. Claro que esto es solo una impresión personal. Cerca de Tarfaya nos encontramos con Rafael Galvez, conocido de los foros de internet, y al que paramos para saludar, conduciendo tranquilamente con la única compañía de su copiloto. Una vez nos desviamos al este, y nos alejamos de la costa, la niebla nos dio tregua y desapareció al instante. Una vez en el hotel, ya sobre la medianoche, nos encontramos que estaba “John Frontera”, de Cantabria tracción, o por lo menos su coche, y es que el mundo es un pañuelo. Por la mañana comprobamos que efectivamente allí estaba, acompañado de tres aventureros más, su copiloto y los ocupante de un terrano. Desayunamos juntos mientras nos contaban sus peripecias por Mauritania. Era la primera vez que habían estado allí y les había impresionado la dureza de aquel desierto. El terrano se averió y se vinieron antes que el resto, por lo que llevaban un día esperando al resto del grupo, y calculaban que deberían quedarse al menos dos días más. Al contarles que queríamos hacer la ruta de playa blanca, se unieron a nosotros, decidiendo esperar al resto del grupo en Essaouira. Nos enteramos que hacía unos días se había estrellado un avión por las planicies entre el Ksar y la costa, y que si nos localizaban por allí cerca, nos harían volver a la carretera. A riesgo de tener que dar la vuelta, nos aventuramos a hacer la ruta, y tuvimos suerte. Decidimos acercarnos por la ruta interior, la que lleva por encima, a la orilla del acantilado. Las vistas eran magníficas, pero el tiempo no acompañó. Algo de agua, mucho harmattan y lluvia de langostas y libélulas. El camino pedregoso y llano, atravesaba caminos que llevaban a cabañas de pescadores. El coche de Jose Mari empezó a hacer extraños y pararse. Al bajar a playa blanca, nos llevamos una pequeña decepción, ya que es un gran recogedero de basura de todo tipo. Comimos por allí y nos despedimos de John y compañía. El coche de José Mari sigue con sus cosas. Tenemos que arrancarlo a tirón. No funciona el ventilador, ni el elevalunas. Cuando llegamos al lavadero, lo revisa, comprobando que un borne de la batería se había partido. Lo arregla pero no soluciona el problema. Tenía claro que debía ser un fusible pero no había forma de encontrarlo, entre el montón de cajas que tiene el coche. Finalmente, dimos con él, y pudimos seguir nuestro camino. Queríamos llegar Agadir. Durante todo el viaje, nos encontramos accidentes más o menos graves. Mucha rueda reventada, camiones volcados, coches que se habían salido del camino o carretera, pero milagrosamente no encontramos ningún herido (no cuentan magulladuras), como si el destino quisiera ser benevolente dentro de la fatalidad. Pero ya cerca de Agadir, vemos un montón de coches parados en ambos sentidos, gritos, revuelo, mucha gente andando, hasta que al llegar un poco más cerca, nos encontramos un choque frontal entre un turismo Mercedes 190 de los viejos y un Seat Ibiza. Imaginad como quedó el Ibiza. La gente, en un gran tumulto, trataba de sacar a los de dentro, ya que estaba hecho un acordeón. Finalmente pudieron abrir la puerta y la policía llegó rápidamente (ya estábamos en el lugar más civilizado y avanzado de todos). Fue agobiante no saber el francés suficiente para calmar a la gente, dispersar a curiosos y ayudar con palabras además de con gestos a los que estaban abriendo el coche y socorriendo a los de dentro. Después de esta experiencia, llegamos a Agadir, y nos alojamos en el camping de la ciudad. Estaba masificado, y los aseos se encontraban en muy mal estado. Era un gran contraste los casinos y grandes hoteles a todo lujo, y ese lugar. Y es que tienen mucha afluencia de surferos, que mantienen lleno el camping, y el dueño habrá decidido que para qué va a mejorarlo o ampliarlo, si saca beneficios, en fin. Llevamos nuestros pasos hasta el puerto, a los puestos de pescado, donde cenamos. Desde allí, paseo por la playa. Había mucho ambiente de gente de fiesta, baile y copas, familias paseando...Nos encontramos con una feria de artesanía, y entramos a dar una vuelta. Ya se acerca el final de nuestra historia, y tratamos de exprimir al máximo nuestras últimas horas. Partimos pronto hacia Essaouira, por la carretera de la costa. Fue un acierto elegir esa ruta, en vez de la del interior, hacia Marrakech-Casablanca, ya que aunque la carretera es peor, el paisaje merece la pena. Además había muy poco tráfico y nos evitábamos pasar por la zona de puerto de carretera que es un horror de curvas, y tráfico. Llegamos muy pronto a Essaouira e hicimos una parada. Dimos un paseo, vimos el casco histórico, hicimos algunas compras, recargamos pilas con café y pastas en una terraza en la plaza a orillas del mar y continuamos viaje. Se nos vuelve a hacer de noche en ruta, pero ya estábamos muy cerca de la frontera. Segundos antes que nosotros entrar unos cuantos coches a toda velocidad, pitando, volvían de una boda. Esto retrasó un poco la entrada, haciéndose casi medianoche cuando llegamos a Ceuta. Un pequeño madrugón para el último día. Embarcamos a pasar el charco, y estando tan cerca, decidimos entrar en Gibraltar. Paseo, desayuno británico, y rumbo a casa, soñando por el camino, cuando será la próxima vez que pueda regresar a mi querida África de mil y un contrastes..... |
Ghana, Togo y Benin